Frankenstein, la novela, se le revela al lector como un espejo estructural del mismo monstruo, porque el texto en s es efectivamente tambi n un engendro miscel neo de pedazos removidos de distintos sistemas, hilvanados con pasi n y con deseo de inducirles vida, pero donde se aprecian perfectamente los hilvanes que lo afean marcadamente. El texto coexiste, casi de la mano del monstruo, pero no ha sido el suyo un crecimiento arm nico, sino una composici n deliberada y voluntariosa a la que la autora ha logrado infundirle una vida que a n palpita, pero que est llena de reconvenciones ideol gicas y de soluciones narrativas bastante torpes. La f bula comienza con una serie de cartas que el explorador brit nico Robert Walton, reci n llegado de una expedici n donde buscaba el Polo Norte, escribe a su hermana, en un momento impreciso del siglo XVIII.
Frankenstein, la novela, se le revela al lector como un espejo estructural del mismo monstruo, porque el texto en s es efectivamente tambi n un engendro miscel neo de pedazos removidos de distintos sistemas, hilvanados con pasi n y con deseo de inducirles vida, pero donde se aprecian perfectamente los hilvanes que lo afean marcadamente. El texto coexiste, casi de la mano del monstruo, pero no ha sido el suyo un crecimiento arm nico, sino una composici n deliberada y voluntariosa a la que la autora ha logrado infundirle una vida que a n palpita, pero que est llena de reconvenciones ideol gicas y de soluciones narrativas bastante torpes. La f bula comienza con una serie de cartas que el explorador brit nico Robert Walton, reci n llegado de una expedici n donde buscaba el Polo Norte, escribe a su hermana, en un momento impreciso del siglo XVIII.
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Frankenstein, la novela, se le revela al lector como un espejo estructural del mismo monstruo, porque el texto en s es efectivamente tambi n un engendro miscel neo de pedazos removidos de distintos sistemas, hilvanados con pasi n y con deseo de inducirles vida, pero donde se aprecian perfectamente los hilvanes que lo afean marcadamente. El texto coexiste, casi de la mano del monstruo, pero no ha sido el suyo un crecimiento arm nico, sino una composici n deliberada y voluntariosa a la que la autora ha logrado infundirle una vida que a n palpita, pero que est llena de reconvenciones ideol gicas y de soluciones narrativas bastante torpes. La f bula comienza con una serie de cartas que el explorador brit nico Robert Walton, reci n llegado de una expedici n donde buscaba el Polo Norte, escribe a su hermana, en un momento impreciso del siglo XVIII.
Frankenstein, la novela, se le revela al lector como un espejo estructural del mismo monstruo, porque el texto en s es efectivamente tambi n un engendro miscel neo de pedazos removidos de distintos sistemas, hilvanados con pasi n y con deseo de inducirles vida, pero donde se aprecian perfectamente los hilvanes que lo afean marcadamente. El texto coexiste, casi de la mano del monstruo, pero no ha sido el suyo un crecimiento arm nico, sino una composici n deliberada y voluntariosa a la que la autora ha logrado infundirle una vida que a n palpita, pero que est llena de reconvenciones ideol gicas y de soluciones narrativas bastante torpes. La f bula comienza con una serie de cartas que el explorador brit nico Robert Walton, reci n llegado de una expedici n donde buscaba el Polo Norte, escribe a su hermana, en un momento impreciso del siglo XVIII.
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